lunes, 26 de mayo de 2014

El escritor: Ten confianza.


Hace ya más de un año, que fuiste mi pastilla, la azul o la roja, ya no recuerdo cual, solo recuerdo los efectos secundarios de decirte que tuvieses fe y confianza. Ahora ya no se ni dónde está esa fe ni esa confianza, ni esas palabras de aliento mutuo. Supongo que se quedaron grandes, tan grande como esa alianza que se quedó atrapada en tu mano.

"Aquella noche (...) yo también quise gritar pero me contuve. Este grito se me quedó dentro y lo vengo oyendo desde entonces todas las noches. No digo esto para hacerte un reproche: no es un grito de dolor solamente; también es un grito de felicidad sin límites. En todo caso me arrebata la paz que me podría traer el sueño a mi vida: ya no espero otro descanso que la muerte. Pero no, no quiero aparentar un valor que me falta, a ti no te puedo mentir: en mi vida he pasado por momentos difíciles, a veces he sentido ganas de renegar la grandeza de mi destino, que ha sido el quererte. Esto que te digo ahora tampoco es un reproche.
Siempre he pensado que si tu no fueras como eres, si hubieras actuada de un modo distinto, mi vida habría sido distinta de cómo ha sido y no hay nada que pueda causarme tanto dolor ni tanto espanto como este pensamiento: el de que un solo instante de mi vida podía haber sido de otro modo, porque eso significaría que en ese instante yo no te habría querido tanto como te he querido. No envidio a nadie ni me cambiaría por nadie, porque nadie te puede haber amado tanto como yo te he amado"
Al leer esta carta a los criados se le cayeron varias manchas de vino en el papel (...) para no ser descubiertos arrojaron la carta al fuego.
(…)
Una estatua de hielo, pensó; siempre fue una estatua de hielo salvo la noche aquella en que la tuve en mis brazos (...) Se quitó los guantes y se los puso a Delfina sin que ella cooperase ni opusiese resistencia (...) entonces recordó que siempre había tenido las manos muy grandes. Con estas manos se aferraba a mis hombros desesperadamente (...) A ti no me importa decírtelo: siempre he sabido que tú eres la única persona que me ha comprendido. Tú siempre has entendido el porqué de mis actos. Los demás no me entienden, ni siquiera los que me odian. Ellos tienen su ideología y sus prerrogativas: con estas dos cosas lo explican todo; gracias a esto justifican cualquier cosa, el éxito como el fracaso, yo soy un fallo en el sistema, la conjunción fortuita y rarísima de muchos imponderables. No son mis actos lo que me reprochan, no mi ambición o los medios de que me ha valido para satisfacerla (...) En realidad soy yo quien ha perdido. Yo creía que siendo malo tendría el mundo en mis manos y sin embargo me equivocaba: el mundo es peor que yo."

Me quedo con estos fragmentos de un libro que me ha atrapado durante una temporada “La ciudad de los prodigios” de Eduardo Mendoza. Fue volver de Barcelona y sentir la imperiosa necesidad de leerlo. Fue una recomendación de mi gran amigo Álvaro y ha sido una experiencia increíble.
Los pongo porque a pesar de ser dos fragmentos espaciados en el tiempo, ilustran perfectamente la relación entre dos personajes turbulentos y turbios que por diferentes circunstancias de la vida no han tenido la ocasión de terminar de la forma más correcta posible.

Como decía, ha pasado ya mucho tiempo de ese día en que conquisté lo que siempre quise, y ahora es tiempo de guardar esto en algún lugar y dejarlo ahí y mantener esos buenos recuerdos y experiencias como quien guarda un tesoro en una isla desierta, deseando que me acuerde donde lo dejé escondido. Y quizás, como dijiste, reencontrarnos en nuestra madurez, con nuestra familia, nuestras experiencias y volcarlas de nuevo sobre las sábanas. Ahora solo puedo despedirme sin más, sin atreverme a decirte nada por miedo a que tu recuerdo se escurra del tarro de las esencias y me altere la percepción de las cosas.