lunes, 22 de marzo de 2010

Reencuentro: Crónica de un ambulatorio

Aquella tarde, esa señora creía que se hundía en su soledad. Una señora sola, abandonada por circunstancias de la vida, solo le quedaba él. Ochenta años cada uno, un piso, una cama.

Eran las seis de la tarde, hacia bastante frió, era de esos de días de la ola de frío que arrasó la capital. El centro como siempre estaba atestado de gente, no paraba de subir y bajar gente de las plantas, y como siempre el ascensor se estropeaba...el inteligente técnico que puso ese ascensor ahí, no cayó en la cuenta de que los cables se mojan y se saltan los fusibles, pero bueno, cada mañana tenemos que poner una vela para que no llueva y no ocurra.

Aquella tarde, no me acuerdo el día exacto, pero estaba predestinada a ser como todas las demás, una aventura simpática, para contaros.



La ventanilla dejó de recibir gente y poco a poco se fue despejando la cosa, pero una señora rezagada apareció por mi ventanilla para dejar unas recetas y dárselas al inspector medico. Como suele ser costumbre, nos regalo unos caramelos de menta, esos caramelos que siempre están en los bolsos de las señoras mayores con el envoltorio amarillo y verde. Unas sonoras gracias y unas buenas tardes fue lo que dijo.



Me despisté, estaba en el momento álgido de mi partida, mis soldados tenían que avanzar, y tenia bastantes tropas.



Y allí la teníamos de nuevo. Con la cara desencajada empezó a preguntar por un señor mayor que iba con ella, pero nadie supo responder, nadie había visto nada, pero la señora seguía empeñada en que estaba aquí, que había venido al medico con ella y tenia que estar por algún lado...

Salí a su encuentro y me describió un señor mayor, con bastón, boina y traje.

Como suelo hacer en estos casos, subo corriendo las ocho plantas y voy pulsando todos los botones del ascensor para que baje poco a poco, y comencé el rastreo por todas las salas, a lo que no encontré nada.

Volvía para decirle a la señora que no le había visto, cuando me dijo que le había visto en el ascensor y que subía de nuevo, que le había dicho adiós con la mano. Subí de nuevo a la planta y allí no había nadie, estaban cerrando ya las consultas. Al bajar de nuevo, senté a la señora y la dije que me explicara que había visto.

- Estaba aquí conmigo...y se fue. Tienen que encontrarlo porque no tiene documentación, tiene alzheimer y estamos solos, nuestros hijos viven fuera de España...Cuando le vi, me estaba saludando desde el ascensor...Le vi y me dijo adiós y se cerro la puerta.

Pensando en ello, deduje que lo que la señora había visto era el reflejo de su marido en el espejo del ascensor.

Como alma que lleva el diablo, salí corriendo con la bata a la calle para localizarle. Pregunte en las tiendas cercanas y me dijeron que le habían visto en la peluquería...y efectivamente allí estuvo.

Debe ser que el calor de la peluquería no deja pensar bien, y en vez de avisar al centro de salud, que es el portal de al lado, de que hay un señor perdido con alzheimer, siendo la solución mas lógica, las peluqueras llamaron a la policía y se llevaron al hombre.



Lo difícil vino después, cuando intentamos explicarle a la señora que su marido se lo había llevado la policía. Para ello contamos con mi compañera, la experta tratando con personas mayores. Supongo que convivir con una persona con alzheimer o con perdidas de memoria, supone un sexto sentido y un tacto especial para estas cosas.

Se puso blanca, lloraba como una niña pequeña, se habían llevado a su único apoyo, pero ella no lloraba por ella, sino, por su marido que no sabia valerse por si solo.



Mientras llamaba a la policía para que lo trajeran de vuelta, cosa bastante ineficaz, ya que hicieron oídos sordos a la petición, se fueron a dar un paseo con la señora desconsolada.



Al cabo de un rato, intentando avisar a algún familiar cercano, mirando la base de datos, aparecieron dos coches de policía. Salí corriendo a ver si era aquí, pero parecía que no, pasaron de largo. Lo que no nos dimos cuenta fue del coche de patrulla que estaba aparcado en la esquina del centro. Me acerque a verlo, por si había alguien, pero estaba todo apagado.



Volvían las dos con un chocolate caliente en las manos, hacia un frío horrible y era necesario. La señora comenzaba a ponerse nerviosa, pero mi compañera supo contentarla y animarla con halagos y conversaciones repentinas para distraerla del mal trago. Su cara comenzaba a cambiar. Pero cambió más cuando a lo lejos vio venir una patrulla de policía con su marido agarrado de sus brazos.

Soltó su chocolate y salió corriendo a recibir a su marido con los brazos abiertos. Eran como dos niños pequeños que se volvían a ver después de las vacaciones, una sonrisa infantil e inocente brotó de la boca del señor y se abrazaron llorando desconsoladamente.



La patrulla se colgó la medalla al llevarse al señor a dar un paseo.



Muchas veces pienso que la gente tiene pocas luces, y toma el camino mas complicado. Afortunadamente todo quedo en un mal susto.

Sus caras no se me olvidaran jamás, esa inocencia y esa sonrisa arrugada por los años, fue la cosa mas sincera que he visto en mi vida.

2 comentarios:

  1. Buaf, tremendo tío...

    Sé lo que es convivir con personas mayores que no están en sí los pobres, y a menudo son ellos los que te dan clases de humanidad en sus momentos de lucidez y desesperación por no perder la cabeza.

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  2. Bonita historia como siempre! cuando la burocracia se convierte en humana... todo parece más agradable

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