lunes, 30 de noviembre de 2009

El Ghetto de Roma, un placer para vuestros sentidos

Era un día cojonudo. Dos gandules venían a verme a Roma y como no, había que hacer un Tour turístico y acabamos en el Ghetto.


Lo cómico de la situación, aparte de sus tirabuzones y barbas, fue que tuve hambre, y quería comer algo por allí. Todo el mundo me decía que no tenia nada, incluso las tiendas de alimentación que se dedican a ello!!!

El colmo fue cuando entre en una panadería a rebosar de gente, y todos se giraron para verme y ponerme cara de pocos amigos...


Una y no más.

Os dejo, magno documento.


domingo, 22 de noviembre de 2009

Miseria: Crónica de un ambulatorio

Sigo con un relato de mi madre, este no tiene desperdicio. En él se junta la bajeza humana, el desprecio por la profesión y la miseria de un alma.





Era una mañana bastante calurosa. Aun no habían puesto el aire acondicionado en el centro y estaban las ventanas abiertas. Corría una brisa muy agradable, además, había pocos pacientes pululando por el centro, los de siempre. Receta arriba, receta abajo.



Esa mañana los ánimos generales estaban un poco flojos en el equipo sanitario, eran muchos cambios en tan poco tiempo y la poca paz que había, se veía turbada cada vez que se mencionaba la palabra "equipo". Era una palabra tabú, desde que se habían fusionado los dos equipos sanitarios, todo iba mal misteriosamente, pero lo que no sabían es que, el motivo residia en si mismos, son ellos los que se ponen la zancadilla.



Se estaba muy bien dentro del mostrador, unos momentos de paz, ideales para degustar la bandeja de pasteles que había traído la suplente. La tradición se debe cumplir, y el suplente debe traer un detalle al final de su estancia de suplencia. Y ahí estaban, había de todo, de chocolate, borrachos, de crema, trufas. Un verdadero "break" por la mañana. Como decía, las ventanas estaban abiertas y entraba una brisa muy agradable. Conversaban sobre las vacaciones de verano, posibles suplentes, reorganización del equipo y esos asuntos, pero la brisa dejo de ser agradable y un latigazo, seguido de dos explosiones rompió la calma. Una respiración rápida y varios chillidos de señora, hizo que abriera las ventanas. Era negro, y echaba humo. Lo vi, y automáticamente cogí la silla de ruedas.

Se acercaba a paso lento, y le rodeaba una nube. El pelo lo tenia de punta y le salían hilitos de humos por cada poro de su cabeza. Era como en los dibujos animados, el cuerpo negro, el pelo de punta, la ropa quemada, y el humo saliendo por su cabeza.



Se había electrocutado.




El olor era insoportable, indescriptible. La carne quemada huele mal. Una mezcla entre piel, tela y plástico, todo ello junto se concentraba en su brazo. Parecía un ser inanimado, sin alma, pero era consciente, del impacto había perdido el habla, pero no dejaba de mirar a todos lados. Imagino que en esos momentos veía su vida pasar y pensaba en aquellas tierras del Este que dejaba atrás, quizás en aquella chica que tuvo que olvidar cuando vino aquí, a hacerse rico, al lejano Oeste.

Por suerte el ascensor estaba abierto y le subí rápidamente a la sala de curas. No me dio tiempo a llamar ningún sanitario, tan solo corrí y le metí dentro. Allí, en esa consulta, había un doctor. A su lado la pobre enfermera de prácticas. Aparqué la silla de ruedas y grité pidiendo un médico con urgencia, mientras oía los pasos de mi compañera subiendo por las escaleras.

Pero nadie salía. Volví a gritar.

- ¿Qué pasa aquí? - salió como si fuera un ratón de su escondite

- Doctor, tenemos un electrocutado. ¿Qué hago?

- Nada, no estoy de guardia- Y la puerta se cerró de golpe.



En ese momento me quedé sin palabras, se juntaron millones de sentimientos en mi cabeza. Mi compañera llegó y subió a la siguiente planta.

No sabia que hacer, el tiempo pasaba despacio, y aquello no se movía.



Al rato, no sabría decir cuanto, bajó un doctor, y le metió en la sala de curas, junto a dos enfermeras. Cerraron la puerta.



Ahí me quede yo, sin saber que hacer, ni que pensar. Esto no podía haber pasado.



Unos minutos después, se abre la puerta del médico, coge su maletín sonriente y baja por las escaleras. Ahí seguía yo, mirando al infinito.

El tiempo pasaba y seguía sin inmutarme. Se abrió la puerta y aquella mancha negra salía ya despierta, consciente, por su propio pie, con su ropa quemada, al lado del doctor que le salvó la vida y sus enfermeras. Me cogió por el hombro y me dio las gracias. Nunca se me olvidara lo que dijo con un fuerte acento...

- Soy del Este, no morimos tan fácilmente.

jueves, 12 de noviembre de 2009

Pasajeros al tren

Esta mañana me han ofrecido, el que posiblemente sea el mejor trabajo que me hayan podido ofrecer, pero por razones de peso, lo he rechazado...
Mucho dinero al mes limpio, varias pagas extras + comisiones trabajando en la que probablemente sea la mejor tienda de música de Madrid...Debo de estar loco. Me siento orgulloso de que cuenten conmigo para esa hazaña, pero ahora mismo es imposible....estoy loco.

Pero debo deciros que no, no lo estoy. Solo tengo ganas de seguir estudiando y aprender más. Estoy a gusto, tanto, como un arbusto. No me hace falta más.


Hubiera sido una tortura esta rodeado de tantísimo material y no poder hincarle el diente, para que os voy a engañar.


Ale, en unos días subo un par de capítulos mas, que tengo un par de historias listas.

PD: alguien es capaz de adivinar el porque del titulo?

Hoy suena esta canción desde el minuto 9:40 (muy importante desde ese minuto) hasta el final en modo bucle eterna, un pequeño homenaje a todos los que deje en el camino, ¡os quiero chicos!


Opeth – Deliverance

lunes, 9 de noviembre de 2009

Gratitud: Crónica de un ambulatorio

Esto que relato, no es leyenda, es la realidad, relatada a través de mi progenitora.

Eran mis primeros días, el centro estaba flamante, reluciente, todo brillaba, los cristales deslumbraban, los gresites de las paredes parecían recién salidos de la fábrica. Las banderas lucían orgullosas en sus postes, Madrid, en su pleno apogeo populista...se les llenaba la boca con este centro nuevo que unificaba dos antiguos centros, con instalaciones modernas, con soporte para la zona mas currante y la mas apoltronada y rancia. Todo un éxito. Pero poca previsión.

Como decía, eran mis primeros días. Recién salida de la oposición, y con todo el temario golpeando mi cabeza. Los primeros días fueron tranquilos, adaptándome al puesto, y conociendo a mis compañeros. Pasaban los días y parecía que el infierno padecido durante más de veinte años en la cocina de La Paz, se iba a desvanecer en un santiamén. Todo era sencillo, esfuerzo físico reducido, cosa que agradezco enormemente debido a mis problemas de espalda, por eso decidí cambiar de trabajo.

Pasaron unas dos semanas, los análisis de sangre, como siempre puntuales, a las 8 de la mañana, como mi rutina diaria, empezaban. Ya desde las 7:45 había gente agolpada en la puerta, como una marabunta de zombies esperando a que se abrieran las puertas...debe ser que la gente mayor no tiene nada mejor que hacer. Rutinarios "buenos días", "vengo a los análisis" "dame un numero" los respondía amablemente, como un autómata, no había otra solución.

Ese día me fijé en una señora mayor, con su abrigo de señorona de alta alcurnia, muy amable y respetuosa, me dijo que si la podía acompañar, que no conocía el centro bien, y tenia que hacerse un análisis. Decía que tenía 68 años, pero sinceramente, aparentaba más, por lo menos 15 años más. Y me lo dijo. Me dijo que efectivamente, parecía mas mayor, y era por que tenia un gran historial cardiaco, el mismo historial que tiene mi madre y mi hermano, así que entendí el porque de su vejez. En estos casos comprendo todo y vives con una especie de nube negra encima de tu cabeza, esperando a que la tijera de la parca roce el hilo o directamente lo corte. Una angustia constante, que por suerte, te deja dormir. Un terrible cáncer que te persigue durante el resto de tu vida, pero es ley de vida.

Subimos a la sala de extracciones, y por suerte había poca gente esperando su turno. La di su turno y educadamente se sentó en su banquito azul. Me agarró de la bata y me dijo:

- Quédese conmigo, si es tan amable, tengo un poco de miedo.
- No se preocupe - dije - tengo que estar aquí, me toca hoy estar aquí arriba. No tenga miedo que es solo un pinchazo, después de todo lo que la ha pasado, esto no es nada.

Era su turno, me agarra del brazo y comienza a temblar, a temblar mucho.

- Tranquila señora.
- Ya viene...- Suspiró de forma sonora.

Se sentó, y me senté con ella. El brazo no lo movía, tuve que moverlo yo, estaba rígido, el brazo pesaba mas de lo normal, como cuando quieres meter a un gato en la ducha. Se giró y me miró. Tenia la mirada vacía, opaca, los ojos fijos en mí. Una gota de sudor caía por su frente maquillada y una lágrima salía de su ojo, como si el brillo de los ojos dependiera de una lágrima, corriendo la sombra de ojos. Y su brazo se quedo helado, rígido. Y su cabeza cayó a la mesa.

Ahí quedó, tiesa, como un témpano.

Todo pasó muy rápido, se cerraron las puertas, el revuelo de enfermeras era constante. La gente se agolpaba en las puertas de la sala, intentando enterarse de algo.
Ahí estaba yo, sujetando el brazo aun, tiesa como ella. Cientos de diapositivas, recuerdos de todos aquellos episodios de nuestra vida pasados como si fuera un álbum de fotos. Vi a mi madre, a mi padre, a mi hermano, me vi a mí reaccionando, como siempre he reaccionado, como si fuera mi vida en ello, pero mi vida no estaba en juego. Y reaccioné.

Después de un tiempo prudencial de pruebas, análisis, toma de tensión, respiración, la doctora lo certificó. Infarto.

Recién inaugurado y el primer cadáver en el historial.

El cadáver salio triunfante en la camilla, el problema vino al descender el cuerpo. Los ascensores no estaban preparados para una camilla, gravísimo error. Después de un rato pensando como descenderlo, el cuerpo, como si fuera un pelele, lo tomaron en brazos y lo sentaron en una silla de ruedas. Era difícil manipularlo, el rigor mortis lo impedía, por suerte esos enfermeros sabían manipular cuerpos como muñecos.

Tumbaron el cuerpo, delante de todo el mundo, como si fueran inmunes al dolor y al horror, esos mercaderes de la muerte. Se oyeron gritos sordos, de señoras escandalizadas.

El tiempo se paró, como si no hubiesen abierto el centro, nadie preguntaba, nadie tenia consulta, nadie estaba enfermo, suponiendo que realmente su enfermedad no tiene cura, que el morbo no se cura, y la verdad, era más gratificante ver ese cadáver que verse a ellos mismo llorar en la consulta por un simple catarro o un estreñimiento. La muerte no es una enfermedad, es un estado, y eso no se cura.

Después de unos días, una comitiva de señoras en trapos negros, entró al centro. Buscaban a la señora de pelo rubio y bata blanca, la que suele estar en extracciones.
Y allí estaba yo. Eran los familiares de la señora, con semblante sereno, y gafas de sol, se quitó las gafas una señora y se dirigió a mí.
- Somos las hermanas de la señora que falleció el otro día, y veníamos a darle las gracias por el buen trato que recibió mi hermana aquel día. Nos han contado los vecinos que usted estuvo en los últimos momentos de mi hermana a su lado. Solo queríamos expresarle nuestro agradecimiento, porque sabemos que por lo menos se fue con una sonrisa y con la tranquilidad de haber muerto en paz y sin sobresaltos. Nos gustaría saber que le dijo mi hermana antes de morir.

- Lo único que me dijo es que tenía miedo.


Rompieron a llorar todas las presentes y me abrazaron, me agradecieron toda la mañana. Y dejaron constancia de ello en una hoja de sugerencias. Ahí está todavía fotocopiada, a modo de recordatorio. Dejando claro, que en esta vida, todo pasa y puede pasar, y una sonrisa y la amabilidad es lo que siempre queda perpetuo.
Un papel que te mira fijamente por la espalda, pero sinceramente, les importa un bledo.

Por suerte, he aprendido de mi madre.

viernes, 6 de noviembre de 2009

Maldígome: Plegarias al vacio.

Si, maldígome.





Cada noche me maldigo mirando al techo, ese cáncer que tengo encima de mi cabeza me impide ver más allá de mis acciones. Ese boquete que nunca se ha abierto y que cada día pesa mas sobre mi existencia.

Existencia a la que le falta un pedacito que me robó el destino, aunque era inevitable de algún modo.

Ese pedacito que hace que ahora mismo mis ojos se hinchen y se pongan rojos y como siempre, maldiga mi existencia.

Siento que me falta algo.



Que os voy a decir, si cada paso que doy, me pesa mas, lo hecho de menos, os hecho de menos.



Ten piedad de mi, dios, creador, o como te llames. Estoy atormentado y por ello suplico comprensión, clemencia y caridad. No se donde acudir, y esta locura cada día me consume mas.


Anathema - Empty