lunes, 9 de noviembre de 2009

Gratitud: Crónica de un ambulatorio

Esto que relato, no es leyenda, es la realidad, relatada a través de mi progenitora.

Eran mis primeros días, el centro estaba flamante, reluciente, todo brillaba, los cristales deslumbraban, los gresites de las paredes parecían recién salidos de la fábrica. Las banderas lucían orgullosas en sus postes, Madrid, en su pleno apogeo populista...se les llenaba la boca con este centro nuevo que unificaba dos antiguos centros, con instalaciones modernas, con soporte para la zona mas currante y la mas apoltronada y rancia. Todo un éxito. Pero poca previsión.

Como decía, eran mis primeros días. Recién salida de la oposición, y con todo el temario golpeando mi cabeza. Los primeros días fueron tranquilos, adaptándome al puesto, y conociendo a mis compañeros. Pasaban los días y parecía que el infierno padecido durante más de veinte años en la cocina de La Paz, se iba a desvanecer en un santiamén. Todo era sencillo, esfuerzo físico reducido, cosa que agradezco enormemente debido a mis problemas de espalda, por eso decidí cambiar de trabajo.

Pasaron unas dos semanas, los análisis de sangre, como siempre puntuales, a las 8 de la mañana, como mi rutina diaria, empezaban. Ya desde las 7:45 había gente agolpada en la puerta, como una marabunta de zombies esperando a que se abrieran las puertas...debe ser que la gente mayor no tiene nada mejor que hacer. Rutinarios "buenos días", "vengo a los análisis" "dame un numero" los respondía amablemente, como un autómata, no había otra solución.

Ese día me fijé en una señora mayor, con su abrigo de señorona de alta alcurnia, muy amable y respetuosa, me dijo que si la podía acompañar, que no conocía el centro bien, y tenia que hacerse un análisis. Decía que tenía 68 años, pero sinceramente, aparentaba más, por lo menos 15 años más. Y me lo dijo. Me dijo que efectivamente, parecía mas mayor, y era por que tenia un gran historial cardiaco, el mismo historial que tiene mi madre y mi hermano, así que entendí el porque de su vejez. En estos casos comprendo todo y vives con una especie de nube negra encima de tu cabeza, esperando a que la tijera de la parca roce el hilo o directamente lo corte. Una angustia constante, que por suerte, te deja dormir. Un terrible cáncer que te persigue durante el resto de tu vida, pero es ley de vida.

Subimos a la sala de extracciones, y por suerte había poca gente esperando su turno. La di su turno y educadamente se sentó en su banquito azul. Me agarró de la bata y me dijo:

- Quédese conmigo, si es tan amable, tengo un poco de miedo.
- No se preocupe - dije - tengo que estar aquí, me toca hoy estar aquí arriba. No tenga miedo que es solo un pinchazo, después de todo lo que la ha pasado, esto no es nada.

Era su turno, me agarra del brazo y comienza a temblar, a temblar mucho.

- Tranquila señora.
- Ya viene...- Suspiró de forma sonora.

Se sentó, y me senté con ella. El brazo no lo movía, tuve que moverlo yo, estaba rígido, el brazo pesaba mas de lo normal, como cuando quieres meter a un gato en la ducha. Se giró y me miró. Tenia la mirada vacía, opaca, los ojos fijos en mí. Una gota de sudor caía por su frente maquillada y una lágrima salía de su ojo, como si el brillo de los ojos dependiera de una lágrima, corriendo la sombra de ojos. Y su brazo se quedo helado, rígido. Y su cabeza cayó a la mesa.

Ahí quedó, tiesa, como un témpano.

Todo pasó muy rápido, se cerraron las puertas, el revuelo de enfermeras era constante. La gente se agolpaba en las puertas de la sala, intentando enterarse de algo.
Ahí estaba yo, sujetando el brazo aun, tiesa como ella. Cientos de diapositivas, recuerdos de todos aquellos episodios de nuestra vida pasados como si fuera un álbum de fotos. Vi a mi madre, a mi padre, a mi hermano, me vi a mí reaccionando, como siempre he reaccionado, como si fuera mi vida en ello, pero mi vida no estaba en juego. Y reaccioné.

Después de un tiempo prudencial de pruebas, análisis, toma de tensión, respiración, la doctora lo certificó. Infarto.

Recién inaugurado y el primer cadáver en el historial.

El cadáver salio triunfante en la camilla, el problema vino al descender el cuerpo. Los ascensores no estaban preparados para una camilla, gravísimo error. Después de un rato pensando como descenderlo, el cuerpo, como si fuera un pelele, lo tomaron en brazos y lo sentaron en una silla de ruedas. Era difícil manipularlo, el rigor mortis lo impedía, por suerte esos enfermeros sabían manipular cuerpos como muñecos.

Tumbaron el cuerpo, delante de todo el mundo, como si fueran inmunes al dolor y al horror, esos mercaderes de la muerte. Se oyeron gritos sordos, de señoras escandalizadas.

El tiempo se paró, como si no hubiesen abierto el centro, nadie preguntaba, nadie tenia consulta, nadie estaba enfermo, suponiendo que realmente su enfermedad no tiene cura, que el morbo no se cura, y la verdad, era más gratificante ver ese cadáver que verse a ellos mismo llorar en la consulta por un simple catarro o un estreñimiento. La muerte no es una enfermedad, es un estado, y eso no se cura.

Después de unos días, una comitiva de señoras en trapos negros, entró al centro. Buscaban a la señora de pelo rubio y bata blanca, la que suele estar en extracciones.
Y allí estaba yo. Eran los familiares de la señora, con semblante sereno, y gafas de sol, se quitó las gafas una señora y se dirigió a mí.
- Somos las hermanas de la señora que falleció el otro día, y veníamos a darle las gracias por el buen trato que recibió mi hermana aquel día. Nos han contado los vecinos que usted estuvo en los últimos momentos de mi hermana a su lado. Solo queríamos expresarle nuestro agradecimiento, porque sabemos que por lo menos se fue con una sonrisa y con la tranquilidad de haber muerto en paz y sin sobresaltos. Nos gustaría saber que le dijo mi hermana antes de morir.

- Lo único que me dijo es que tenía miedo.


Rompieron a llorar todas las presentes y me abrazaron, me agradecieron toda la mañana. Y dejaron constancia de ello en una hoja de sugerencias. Ahí está todavía fotocopiada, a modo de recordatorio. Dejando claro, que en esta vida, todo pasa y puede pasar, y una sonrisa y la amabilidad es lo que siempre queda perpetuo.
Un papel que te mira fijamente por la espalda, pero sinceramente, les importa un bledo.

Por suerte, he aprendido de mi madre.

4 comentarios:

  1. Increible tio. me has dejado la piel de gallina.

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  2. jejejej pues me está molando lo que leo, es un problema que tengas tanto escrito jeje pero da igual jeje ^^
    pues....
    estudios ingleses grupo 11a grupo 3 de inglés XD

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  3. ¿quién es el sujeto? yo, tu, ella, mi, el, la..........¿QUIÉN?

    YA SABES QUIEN SOY.

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