Sigo con un relato de mi madre, este no tiene desperdicio. En él se junta la bajeza humana, el desprecio por la profesión y la miseria de un alma.
Era una mañana bastante calurosa. Aun no habían puesto el aire acondicionado en el centro y estaban las ventanas abiertas. Corría una brisa muy agradable, además, había pocos pacientes pululando por el centro, los de siempre. Receta arriba, receta abajo.
Esa mañana los ánimos generales estaban un poco flojos en el equipo sanitario, eran muchos cambios en tan poco tiempo y la poca paz que había, se veía turbada cada vez que se mencionaba la palabra "equipo". Era una palabra tabú, desde que se habían fusionado los dos equipos sanitarios, todo iba mal misteriosamente, pero lo que no sabían es que, el motivo residia en si mismos, son ellos los que se ponen la zancadilla.
Se estaba muy bien dentro del mostrador, unos momentos de paz, ideales para degustar la bandeja de pasteles que había traído la suplente. La tradición se debe cumplir, y el suplente debe traer un detalle al final de su estancia de suplencia. Y ahí estaban, había de todo, de chocolate, borrachos, de crema, trufas. Un verdadero "break" por la mañana. Como decía, las ventanas estaban abiertas y entraba una brisa muy agradable. Conversaban sobre las vacaciones de verano, posibles suplentes, reorganización del equipo y esos asuntos, pero la brisa dejo de ser agradable y un latigazo, seguido de dos explosiones rompió la calma. Una respiración rápida y varios chillidos de señora, hizo que abriera las ventanas. Era negro, y echaba humo. Lo vi, y automáticamente cogí la silla de ruedas.
Se acercaba a paso lento, y le rodeaba una nube. El pelo lo tenia de punta y le salían hilitos de humos por cada poro de su cabeza. Era como en los dibujos animados, el cuerpo negro, el pelo de punta, la ropa quemada, y el humo saliendo por su cabeza.
Se había electrocutado.
El olor era insoportable, indescriptible. La carne quemada huele mal. Una mezcla entre piel, tela y plástico, todo ello junto se concentraba en su brazo. Parecía un ser inanimado, sin alma, pero era consciente, del impacto había perdido el habla, pero no dejaba de mirar a todos lados. Imagino que en esos momentos veía su vida pasar y pensaba en aquellas tierras del Este que dejaba atrás, quizás en aquella chica que tuvo que olvidar cuando vino aquí, a hacerse rico, al lejano Oeste.
Por suerte el ascensor estaba abierto y le subí rápidamente a la sala de curas. No me dio tiempo a llamar ningún sanitario, tan solo corrí y le metí dentro. Allí, en esa consulta, había un doctor. A su lado la pobre enfermera de prácticas. Aparqué la silla de ruedas y grité pidiendo un médico con urgencia, mientras oía los pasos de mi compañera subiendo por las escaleras.
Pero nadie salía. Volví a gritar.
- ¿Qué pasa aquí? - salió como si fuera un ratón de su escondite
- Doctor, tenemos un electrocutado. ¿Qué hago?
- Nada, no estoy de guardia- Y la puerta se cerró de golpe.
En ese momento me quedé sin palabras, se juntaron millones de sentimientos en mi cabeza. Mi compañera llegó y subió a la siguiente planta.
No sabia que hacer, el tiempo pasaba despacio, y aquello no se movía.
Al rato, no sabría decir cuanto, bajó un doctor, y le metió en la sala de curas, junto a dos enfermeras. Cerraron la puerta.
Ahí me quede yo, sin saber que hacer, ni que pensar. Esto no podía haber pasado.
Unos minutos después, se abre la puerta del médico, coge su maletín sonriente y baja por las escaleras. Ahí seguía yo, mirando al infinito.
El tiempo pasaba y seguía sin inmutarme. Se abrió la puerta y aquella mancha negra salía ya despierta, consciente, por su propio pie, con su ropa quemada, al lado del doctor que le salvó la vida y sus enfermeras. Me cogió por el hombro y me dio las gracias. Nunca se me olvidara lo que dijo con un fuerte acento...
- Soy del Este, no morimos tan fácilmente.
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Como siempre, historias para no dormir pensando en las bajezas de ciertos seres humanos... y en las grandezas de otros.
ResponderEliminarGrande una vez más Arturo.